sábado, 7 de abril de 2007

Abominable

12 diciembre, 2006

Abominable

La abominación de la que pueden ser capaces los hombres civilizados -cabría que aclarar que estoy considerando civilizado a un individuo que tiene una interacción con un conjunto de personas, abrigados en el amparo de instituciones, medios, convencionalismos sociales, etc- ha resultado para los pocos hombres de intelecto agudo y percepción analítica, un enigmático comportamiento involutivo que para desgracia de ellos, termina convirtiéndose en un elemento sobremanera perjudicial en sus vidas cuando hemos tenido la desventura de toparnos con un ser de tal naturaleza en el transcurso de nuestras vidas. Como he dicho, ésta afección provocada por el salvajismo de algunos hombres termina haciendo mella en la conciencia del hombre receptivo, el pensante, que está pendiente de su entorno, el hombre que siempre está conciente del estancamiento inevitable de los demás, y por esa misma razón, se sensibiliza más que los que lo rodean. En primera instancia, la perturbación provocada por el salvaje del siglo XXI al hombre sensibilizado trae consigo el aborrecimiento del segundo por el primero, pero con ese aborrecimiento nacen las perturbaciones, la desesperación de no poder comprender las abominaciones existentes en su medio, encarnadas en ese hombre atávico y de comportamientos sociales rudimentarios, que proceden tanto de una causa externa como de factores endógenos, internos, y que al combinarse dan lugar a un grotesco humanoide.
Comentado lo anterior, doy paso a la narración de los hechos en que me he visto inmerso desde hace algún tiempo atrás, cuyas estremecedoras consecuencias han constreñido a mi espíritu a encontrar una manera de enfrentarme con la fatalidad que se cernía sobre mi, y ahora que he recuperado la lucidez que se volatilizó debido a estos mortificantes sucesos, me es posible volver la vista hacia atrás e iluminar los atisbos de oscuridad que se hacían manifiestos en mis ensueños o en difuminados recuerdos confusos. . . . .

Frecuentemente se suele escuhar de diversos autores que la escritura resulta terapéutico en ciertos casos, incluso hay algunos que se han atrevido a decir que se escribe para no morir.
Esta vez me atrevo a ratificar este pensamiento, y a sumarme al grupo de individuos que han optado por la escritura como un medio catártico para liberarse de alguna enfermedad o de algún recuerdo por demás desagradable, que puede alcanzar el estado de trauma, si es que nosostros lo permitimos. A través del tiempo y con la fuerza de voluntad he podido liberarme de estos fantasmas que me tenían tan apesadumbrado conmigo mismo, y a base de esfuerzo los he eliminado.
Es por ello que he decidido no concluir el relato que antecede a ésta explicación, ya que de otro modo, me sumergiría en un capítulo que doy por cerrado, ya que los medios por los cuáles al fin he podido combatirlo, los considero colectivos, pero parte fundamental fue el comienzo de la escritura de una narración en la que habría de plasmar toda una serie de sucesos mortificantes para mi, y considerablemente atroces para todo sujeto que se jacte de considerarse humano y con un abánico de valores éticos, los cuales nos sirven día a día para emprender la vida en sociedad con nuestro prójimo.
No me ha parecido ético dilucidar ciertas verdades y destapar algunas personalidades existentes en la realidad, puesto que considero que, si bien, tendría la necesidad de advertir sobre ellas, no es el medio idóneo para hacerlo.
Prefiero hacerlo de manera más explosiva, de modo que pueda cumplir mi objetivo de no dejar que nunca más estos individuos vuelvan a lastimar física ni moralmente a nadie.




J. H. S.

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