sábado, 7 de abril de 2007

Escribir

27 agosto

Escribir

El acto de escribir en situaciones en que la vida nos confina a un estado de abatimiento moral o físico, representa un esfuerzo intelectual titánico por tratar de depurar aquellas sensaciones y pensamientos potencialmente perturbadores que se encuentran turbiamente estancados en los lindes de la cordura humana. Con el tiempo y con la práctica frecuente se va formando un hábito y una necesidad que impera de forma constante en las mentes que quieren ver más allá de lo que la inapetente realidad les ofrece para hallar una desembocadura al torrente de pasiones que con el palpitar de su existencia van acumulando, y al mismo tiempo, cuando aprendemos a corporeizar nuestras ideas a través de la mágica y maravillosa palabra, inconcientemente nos convertimos en artistas, entendiendo como artista a quien por algún medio que implique agudeza sensitiva y madurez cultural e intelectual, logra de manera armoniosa la canalización de sus más íntimos pensares.

La gestación de esta inquietud tiene como principio fundamental la expresión de la percepción individual de la vida, pero a mi modo de ver, va adquiriendo una doble significación, ya que si bien es cierto que lo hacemos porque es una sutil y muy peculiar manera de desahogo, también buscamos esperanzados la comprensión y valoración de otros seres que logren sentirse identificados con uno mismo y así, construir sobre cimientos de inspiración un refugio de calidez fraternal en donde nuestros corazones se proporcionen unos a otros el consuelo vigorizante que los reavive en su perenne odisea a través de los brumosos caminos de la aventura de la vida.


Jesús Huerta

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